Cuando empecé en la industria del cine para adultos, jamás imaginé que acabaría enamorándome del vino. Pero así fue. Mi historia no trata solo de video erotique y escenas subidas de tono, sino también de botellas descorchadas, matices de sabor y un paladar que evolucionó entre sets de grabación y cenas improvisadas con copas de cabernet.
Este es un relato de descubrimiento, contraste y, sobre todo, de cómo dos mundos que a simple vista no tienen nada en común —el porno y el vino— pueden cruzarse y enriquecer profundamente a una persona.
Un camino poco convencional hacia el buen gusto
Cuando tenía 22 años, llegué a Los Ángeles con una maleta, muchas dudas y una necesidad urgente de pagar el alquiler. La industria del cine para adultos no fue mi primer plan, pero sí la primera puerta que se abrió.
Los primeros rodajes eran lo que imaginan: escenarios algo absurdos, luces calientes, horarios impredecibles y una mezcla de egos y vulnerabilidades. Todo iba demasiado rápido… excepto las cenas después del rodaje. Fue ahí donde descubrí el vino.
El vino como símbolo de pausa en un mundo frenético
Después de una larga jornada de grabación, el equipo —actores, técnicos, directores— solía reunirse a cenar. Eran encuentros casi rituales. Al principio, para mí, el vino no era más que una bebida alcohólica con etiqueta elegante. No entendía nada de lo que decían los demás cuando hablaban de cuerpo, taninos o retrogusto. Solo sabía que me relajaba.
Poco a poco, entre sorbos de tempranillo y risas en la cocina de algún apartamento alquilado, empecé a notar cosas. Que algunos vinos se sentían como terciopelo y otros como lija. Que un pinot noir podía ser tan suave y misterioso como una escena bien dirigida. Empecé a prestar atención.
Las copas que me enseñaron a observar
En el porno, se aprende a mirar. No de forma superficial, sino con intención: los ángulos, la luz, los gestos sutiles. Esa misma atención al detalle me sirvió cuando comencé a explorar el mundo del vino. Aprendí a oler antes de probar, a ver el color contra la luz, a dejar que el vino hablara en mi boca antes de tragarlo.
Fue una revelación: el vino también es actuación. También cuenta una historia. También juega con los sentidos.
Sexo, sensualidad y vino: más cerca de lo que parece
Uno de los grandes mitos del porno es que está totalmente desconectado de la sensualidad real. Pero lo cierto es que, entre bambalinas, muchos de los que trabajamos en la industria desarrollamos una sensibilidad especial hacia los placeres más sutiles. El vino encaja perfectamente en esa sensibilidad.
Hay algo profundamente sensual en una copa de vino bien servida. El sonido del corcho al salir, el roce del cristal en los labios, la explosión lenta del sabor en la boca. No es casualidad que tantos encuentros románticos —ficticios o reales— comiencen con una botella de vino.
Conociendo el terroir en un rodaje en Napa Valley
Uno de los momentos más surrealistas de mi carrera ocurrió durante un rodaje en Napa Valley. El director, fanático del vino, insistió en grabar en una bodega. Entre toma y toma, los propietarios nos ofrecían degustaciones exclusivas. Allí aprendí lo que era el «terroir»: ese conjunto de clima, suelo y tradición que define el carácter de un vino.
Ese día entendí que el vino, como el cuerpo, también está marcado por su historia. Que hay algo profundamente humano en la forma en que la tierra se expresa en una botella.
Las cenas que me cambiaron la vida
A medida que mi carrera avanzaba, empecé a ganar mejor dinero. Y con eso, a darme gustos. Comencé a ir a catas, a leer sobre variedades, a visitar bodegas. Incluso organizaba cenas con compañeros del medio en las que el vino era el protagonista.
Recuerdo una noche en particular. Estábamos seis personas, todos actores. Habíamos cocinado pasta, y yo había llevado una botella de Barolo que me costó más que un día de rodaje. Cuando la descorchamos, hubo silencio. Fue un momento casi sagrado. En ese instante comprendí que el vino puede suspender el tiempo. Puede unir a las personas más allá del juicio, del trabajo o del estigma.
Lo que el vino me enseñó sobre autenticidad
El porno, como el vino, tiene sus imitaciones. Hay vinos de supermercado que prometen mucho en la etiqueta pero decepcionan en la copa. Lo mismo pasa con ciertas producciones: grandes nombres, poca sustancia.
El buen vino, como el buen sexo, se nota. No necesita demasiada puesta en escena. Tiene alma, profundidad, capas. Me enseñó a valorar lo real, lo imperfecto, lo que se queda contigo después del primer sorbo (o del primer encuentro).
Aprender a catar como se aprende a actuar
Uno de los primeros sommeliers que conocí me dijo: “El vino no se entiende, se escucha”. Esa frase me persiguió durante años. Porque en el set también es así. Uno no solo actúa, también escucha. A la pareja, al director, al entorno.
Degustar un vino es, en muchos sentidos, un acto de entrega. Requiere presencia. No se puede catar con prisa ni con prejuicio. Lo mismo pasa con los cuerpos, con el deseo, con la experiencia humana.
El vino como herramienta de reinvención
Cuando empecé a pensar en dejar la industria, el vino se convirtió en mi brújula. Tomé cursos, hice un diplomado, incluso trabajé de manera informal en un bar de vinos. Hoy no me dedico completamente al mundo vinícola, pero sí tengo un pequeño blog donde hablo de vinos desde una perspectiva diferente: más sensorial, más libre de tecnicismos.
Lo irónico es que, gracias al porno, aprendí a apreciar lo más refinado. No porque sean opuestos, sino porque me enseñó a mirar más allá de la superficie.
¿Qué tienen en común un set de rodaje y una cata?
Ambos requieren vulnerabilidad. En un set, te expones. En una cata, te abres al juicio de tus sentidos. Ambos pueden ser escenarios de mentira o de verdad, dependiendo de cómo los vivas. Y en ambos, la autenticidad marca la diferencia.
Lo que más me sorprendió es que muchos de mis colegas del porno también son grandes amantes del vino. Puede sonar extraño, pero quizás no lo sea tanto. Después de todo, ambos mundos giran en torno al cuerpo, al placer, a la experiencia.
Conclusión:
No escribo esto para justificar mi pasado ni para embellecer una industria que tiene luces y sombras. Lo escribo porque, a través del vino, encontré una forma de reconciliarme con todo lo vivido. De entender que incluso en contextos inesperados pueden surgir pasiones profundas, conexiones verdaderas y caminos nuevos.
Hoy, cuando sirvo una copa de garnacha, no pienso solo en aromas y sabores. Pienso en todo lo que me llevó hasta aquí: las luces, los rodajes, las conversaciones después de cámara, y la lenta, hermosa transformación de mi paladar… y de mi vida.