Hay veces que nos sentimos triste o desanimados. Lo que puede ser algo pasajero y sin más importancia de la que le queramos dar, en realidad puede desembocar en algo más intenso y duradero. En ese caso, hablaríamos de una depresión. Como es algo difícil de diagnosticar si no se acude a un centro especializado, es importante que la persona afectada y los que la rodean se den cuenta de los síntomas que caracterizan esta enfermedad. Aunque se perciban cosas diferentes a un estado normal, muchas personas no saben qué es la depresión, la que está actuando en el día a día de la persona afectada.
En general, estamos acostumbrados a acudir al médico cuando sentimos una molestia o percibimos los síntomas de una enfermedad. Pero aquellos que afectan a la mente son más difíciles de identificar, ya que entra en juego la subjetividad del paciente. Uno de los tipos de depresión más significativos es el que tiene lugar después de que una mujer dé a luz a su hijo: la depresión posparto. Si la situación familiar es normal, casi la totalidad de las madres están inmensamente felices, más que nunca. Sin embargo, el embarazo es una época muy convulsa que se alarga en el tiempo (unos nueve meses) en la que la mujer sufre una serie de cambios físicos y hormonales que pueden desembocar en una depresión después de que el feto vea la luz.
La falta de sueño característica al tener una criatura puede afectar enormemente al desempeño correcto de las funciones cognitivas. No dormir correctamente puede producir irritabilidad, ansiedad y la sensación de que no es capaz de adaptarse a la nueva vida. Esto suele darse en las madres primerizas, aunque las que ya han tenido otro bebé también pueden sentirse mal por una mera comparación, especialmente cuando con anterioridad ha salido todo bien.
Es difícil distinguir cuándo una mujer está deprimida, ya que los síntomas pueden ser variados o incluso opuestos; por ejemplo, puede ser que se preocupe demasiado por el bebé o todo lo contrario. De ahí que sea tan importante comprender la relación que tiene una madre no solo con su hijo, sino con el concepto (y la puesta en práctica) de la maternidad.
Pero no hay por qué enfrentarse a un episodio tan traumático como el de dar a luz a un hijo para caer en una depresión. Incluso aquellas personas que, aparentemente, llevan una vida feliz y plena pueden sufrir esta enfermedad. Quienes están sujetos a mucha presión o tienen un trabajo de mucha responsabilidad suelen entrar en una espiral de estrés, ansiedad y falta de sueño que va empeorando poco a poco la calidad de vida, hasta el punto que la cuerda se tensa tanto que se rompe. Es entonces cuando esa persona tiene que darse cuenta de que su cuerpo y su cabeza han dicho basta y necesitan tratamiento de un profesional y, probablemente, medicamentos.